16 Nov José Elarba nos habla del peligro de la Obsolescencia Conceptual
El consumo responsable y la sostenibilidad de nuestro estilo de vida no solo tienen a la obsolescencia programada a uno de sus enemigos más mortales. A esta amenaza ahora se le suma la de la obsolescencia conceptual, un intento de los fabricantes para que, cuando salga al mercado una nueva categoría de algún producto que contribuya a evolucionar su concepto, deje obsoletos de forma y fondo a todos los existentes hasta el momento.
José Simón Elarba, empresario dedicado a la recolección de basura con la empresa Fospuca, reseña que este concepto vendría a ser como una categoría de producto que consiste en todos los productos que ofrecen la misma funcionalidad general. Por regla básica, el grado de obsolescencia conceptual de una categoría de producto o servicio se podría definir como que a mayor excelencia tecnológica menor excelencia conceptual.
Eso es, en pocas palabras, una estrategia unificadora, y las estrategias unificadoras hacen que las empresas igualen sus ventajas competitivas y, a la vez, la oferta disponible para los consumidores. Esto, obvio, lleva a que no se innove realmente y entremos en un bucle de pérdida de valor o, lo que es lo mismo, una situación donde las empresas se copian unas a otras (ergo, el concepto se agota).
Lo más triste de todo es que, con los avances tecnológicos de hoy día, se hace imposible saturar de productos un mercado antes de que el conocimiento esté al alcance de todos los competidores. Esto hace que se anulen las ventajas competitivas que surgen de la I+D+i, lo que obliga a las empresas a revisar sus sistemas de amortización.
Entonces la obsolescencia conceptual aparece antes que la amortización de las inversiones que se haya realizado, dando paso a las pérdidas en numerosos productos y servicios de los catálogos de las empresas, generando al mismo tiempo cambios en los métodos de fabricación y producción, haciéndolas tanto más baratas (sí) como menos valoradas (también).
Eso, dice José Simón Elarba Haddad, reduce la innovación, devalúa activos y acorta las fechas de caducidad de categorías y productos, produciendo malas prácticas con consecuencias que no siempre se aprecian a corto plazo y que, inevitablemente, terminan afectando al consumo responsable y a la sostenibilidad.